Aprodeh

Por qué existe

¿Qué es el terruqueo?

I 

 

Terruquear es invalidar. Es una acusación falsa de que tú haces terrorismo. Es un insulto: ‘terruco’ es el hipocorístico despectivo de ‘terrorista’. Acusarte de terrorista, en el Perú posconflicto, es una forma de invalidarte. 

 

¿Qué se invalida hoy en el Perú posconflicto?  

 

Demasiadas cosas: las protestas sociales (estudiantiles, laborales, medioambientales) reprimidas con violencia, las mujeres y las minorías sexuales exigiendo derechos en las plazas públicas, la opinión política no hegemónica que incomoda, la memoria y los sufrimientos de las víctimas del conflicto armado interno, las sociedades indígenas y sus demandas, las obras de arte que critican el discurso dominante… y más. 

 

Hay un rasgo común en todos estos procesos, objetos e ideas invalidados: todos reclamaban algo. A través de la crítica o el grito, del gesto simbólico o los paros nacionales. A todos se les trató de invalidar acusándolos de ser o defender terroristas. A todos se les dijo ‘terrucos’. 

 

Fuente Aprodeh

 

II 

 

Este proyecto busca visibilizar algunas de estas formas de invalidación. En esta web podrán encontrar algunos de los principales casos de terruqueo sucedidos en la última década. Es un breve, bien específico y todavía incompleto registro digital de la infamia. 

Está dividido en tres partes. 

 

La primera es una sencilla aproximación explicativa al terruqueo. Allí tratamos de ofrecer algunas definiciones y reflexiones acerca de qué es, cómo opera, por qué surge, con qué se relaciona. 

 

La segunda parte es una cronología con cincuenta y cinco casos generales de terruqueo. Hay de diversos tipos y están narrados de manera resumida. Dan cuenta de los diversos episodios electorales, políticos, mediáticos y culturales en los que se ha terruqueado. La mayoría de estos casos han sido recolectados de diversas páginas webs (principalmente páginas de noticias) y abarcan más de diez años, desde octubre 2005 a octubre de 2021. 

 

La tercera parte es una profundización en cuatro episodios emblemáticos de terruqueo. Uno sobre arte y memoria, otro sobre educación, uno más sobre política, otro sobre protesta social. Cuatro áreas representativas donde el terruqueo ha sido constante. Nos interesa explicar cómo ha operado el terruqueo en estas cuatro experiencias (de diferente origen, pero similar abordaje) a partir de la conversación con sus protagonistas, así como con diversos especialistas. 

 

III 

 

Aspiramos a que este sea un espacio de consulta, un lugar digital para recordar uno de los fenómenos sociales peruanos más recurrentes. Nos interesa también que todo lo expuesto aquí sea un insumo para luchar contra la infamia y la impunidad que genera el terruqueo. Gracias por visitar este lugar. Esperamos que todo lo aquí presentado te sea útil, importante, urgente. 

 

 

Oswaldo Bolo Varela, investigador del proyecto 

Asociación Pro Derechos Humanos (APRODEH), institución ejecutante 

 

Durante los años más violentos del conflicto armado interno peruano, el término ‘terruco’ se volvió popular: fue una forma despectiva (derivada de ‘terrorista’) para nombrar a los miembros de Sendero Luminoso y el MRTA. Pero no solo a ellos. La palabra también fue usada para referirse a quienes podrían ser –o parecer– un terrorista. 

 

‘Terruco’ es un insulto que, desde sus orígenes, implicó algo más que solo la acusación de terrorista: es también una manera de identificar una procedencia étnica. ‘Terruco’ no era cualquiera, sino alguien proveniente de la sierra. Alguien con rasgos indígenas. Es un insulto que conlleva una carga racista. 

 

Carlos Aguirre, historiador, lo explica mejor: «la palabra ‘terruco’ sugería la imagen de personas de extracción indígena que cometían actos de violencia sanguinaria que, a su vez, revelaban (es decir, confirmaban) su condición de individuos hipócritas, fanáticos, traidores, antipatriotas e incluso subhumanos […] el uso extensivo de la palabra ‘terruco’, como ocurre con tantos otros insultos, tuvo precisamente el efecto de estigmatizar a los reales o potenciales terroristas, sugiriendo implícitamente que eran serranos o, en cualquier caso, tan inhumanos y salvajes como los serranos» (p. 110). 

 

Fuente: IDL

 

Luego del conflicto armado, el término se masificó aún más. Ha dejado de ser usado para referirse exclusivamente a las y los subversivos y, por el contrario, hoy se usa «para denominar a reales o supuestos integrantes de grupos armados y para intentar desacreditar a personas que tienen posiciones políticas progresistas o de izquierda, a organismos e individuos comprometidos con la defensa de los derechos humanos, e incluso a personas de origen indígena por el solo hecho de serlo» (p. 110). 

 

De esta manera, el ‘terruqueo’ es la acusación de que alguien (una persona, un colectivo, una institución, una obra de arte, una experiencia) parecer ser, se comporta como o directamente es un terrorista. No importa que no haya ninguna prueba de la acusación y que por lo tanto pueda rebatirse su falsedad. Lo que importa es el señalamiento, la delación, el estigma lanzado: cuando te llaman terrorista, invalidan tus ideas, tu voz; desacreditan tu reclamo. 

 

Si tuviéramos que complejizar (de manera simple y breve), diríamos que acusar de ‘terruco’ –terruquear– implica la invalidación desde cuatro aspectos específicos: una conducta política censurable (ser subversivo, rebelarse contra el Estado o sus actores armados, ser antipatriota), un accionar criminal (cometer actos terroristas, asesinar, matar, destruir, obstruir), una condición étnico/social (ser serrano, indígena, hablar quechua, ser pobre) y una cualidad moral/intelectual (sujetos irracionales, atrasados, inmorales, fanatizados). Cada uno de estos significados aparece de manera diversa (y en distinta gradualidad) en los casos de terruqueo que se han conocido. Hay un elemento común: la búsqueda por invalidar, la estigmatización. 

El terruqueo opera como una práctica que desacredita.  

 

Es definitivamente una estrategia política. Busca deslegitimar a diversos grupos sociales disidentes al asociarlos con el fantasma del terrorismo y con todos los traumas individuales y sociales que este generó. Por ello, terruquear implica una descalificación moral. Funciona como un instrumento de control social que diversos actores políticos usan hoy contra sus adversarios ideológicos.  

 

Como lo explica el historiador José Carlos Agüero: el acto de terruquear «expulsa al denigrado del espacio legítimo de discusión. Y nos advierte que nadie bajo esa sospecha podrá ser un igual. No podrá compartir nuestro mundo laboral, político o social, será repudiado». 

 

Por ello, como señala el sociólogo Hernán Maldonado, el terruqueo desarrolla «una función de prevención y contención: prevención porque pretende apuntalar el disciplinamiento social al desmovilizar y desactivar posibles disrupciones que cuestionan el orden neoliberal y, con ello –y esto es lo principal–, contener, bloquear o debilitar las demandas distributivas, igualitarias». 

 

De este modo, el terruqueo funciona como un arma del consenso neoliberal que deslegitima, desprestigia y expurga a todo potencial enemigo al campo de lo repudiable, la escala más baja de valoración social: ese lugar hoy reservado para el sujeto que denominamos ‘terrorista’, el apestado por excelencia.  

 

En resumen, acusarte de ser un terruco, una terruca, es una forma de invalidarte social y moralmente. Una invalidación para ti, para los que reclaman contigo y, sobre todo, para aquello que reclamas: la incompetencia de tus autoridades, los abusos recibidos, las repartijas políticas, la contaminación de tus tierras, el salario insuficiente, la educación incompetente, el plomo en la sangre de tus hijos… y tanto más. 

 

 

Fuente: facebook Comité de familiares de detenidos del caso Operativo Olimpo

Explicado de manera sucinta, el terruqueo proviene principalmente de la memoria hegemónica neoliberal/fujimorista (conocida como memoria salvadora) que establece y sostiene de manera poderosa su interpretación sobre el pasado –y presente– peruano. 

Esta narrativa legitima en diversos espacios su comprensión sobre el conflicto armado interno, la cual consiste en un discurso de cohesión social alrededor de la heroica victoria del Estado peruano (específicamente de sus gobernantes y representantes armados) contra el sanguinario terrorismo de Sendero Luminoso y el MRTA.  

 

Se trata de un discurso, como detallan Rafael Barrantes y Jesús Peña, defendido por «organizaciones civiles vinculadas a las fuerzas armadas y policiales, sectores conservadores de la derecha política y de la iglesia, élites económicas –entre las que destacan algunos gremios empresariales– y simpatizantes del régimen dictatorial de Alberto Fujimori» (pág. 17). Esta narrativa encumbra al exdictador como el gran salvador de la patria: el héroe que dirigió y derrotó la subversión (ese monstruo por antonomasia), y que sobre todo pacificó al país 

 

Luego del golpe de Estado de 1992, el fujimorismo instituyó una nueva Constitución de tendencia neoliberal que promovió un crecimiento económico basado en la exportación de commodities y la integración al mercado internacional a través del endeudamiento. A la par, el GEIN (que luego sería desactivado) logró la captura de Abimael Guzmán (una situación de la que Fujimori se aprovechó) y, con ello, las acciones senderistas disminuyeron. Esto permitió al fujimorismo no solo consolidarse como el restaurador socioeconómico del país, un actor eficaz que –“mano dura” mediante– acabó con el terrorismo, sino que también le permitió enmascarar los actos de corrupción política, la compra de medios de comunicación y el copamiento de las instituciones democráticas que llevó a cabo. Así, estableció una hegemonía cultural que obstaculizó y desplazó de manera sistemática cualquier crítica o alternativa reformista. Toda interpretación que escapara a su discurso era (y sigue siendo) señalada y denunciada como sospechosa, potencialmente censurada, acusada de terrorista. 

 

Es desde este sector que principalmente proviene el terruqueo, desde las élites económicas y mediáticas neoliberales que se agrupan en torno al fujimorismo y a otros sectores de derecha radical y/o popular. 

 

Fuente: El Buho

Intentar responder a la compleja pregunta de ¿por qué se terruquea?” implica también adentrarse en las disputas discursivas que el postconflicto peruano presenta. Una manera de hacerlo es caracterizando las distintas memorias que están presentes en el escenario actual: las narrativas sobre el conflicto armado interno peruano. Estas memorias/discursos establecen luchas políticas por la significación del pasado. Es decir, están constantemente disputándose el sentido sobre cómo comprender los orígenes y consecuencias del periodo de violencia, a los actores que participaron en este, las acciones que cometieron.

 

Fuente: Mano Alzada


Actualmente, cuatro memorias son las más visibles y que podemos identificar como partícipes frecuentes de la pugna por el sentido del pasado más reciente: la memoria de salvación, la memoria desde los derechos humanos, la memoria senderista ortodoxa y la memoria crítica. Ofreceremos un breve esbozo (incompleto y aproximativo, pero válido para poder identificarlas) sobre cada una de estas memorias a continuación.
 

 

 

Memoria salvadora 

 

  • También conocida como “memoria de salvación”, esta narrativa propone un discurso de cohesión social en torno a la heroica victoria del Estado peruano (específicamente de sus gobernantes y representantes armados) contra el sanguinario terrorismo del MRTA y de Sendero Luminoso. 

 

  • Es un relato defendido por organizaciones civiles vinculadas a las fuerzas armadas y policiales, sectores conservadores de la derecha política y de la iglesia, élites económicas (entre las que destacan algunos gremios empresariales) y simpatizantes del régimen dictatorial de Alberto Fujimori. 

 

  • Esta narrativa encumbra al exdictador como el gran salvador de la patria –él dirigió y derrotó a la subversión, ese monstruo por antonomasia– y justifica que, para lograr esta derrota, se hayan tenido que empeñar algunos valores democráticos –como las violaciones a los derechos humanos– a cambio de paz y orden. 

 

  • Es una memoria vigente, poderosa. Constantemente es oficializada desde los espacios que este sector ostenta, como las instancias políticas y gubernamentales ocupadas por el partido fujimorista, algunos medios de comunicación o incluso el aparato educativo. 

 

  • Se critica a la memoria de salvación el discurso negacionista que propone respecto a la justificación o relativización que hace de los crímenes y violaciones a los derechos humanos que cometieron militares y policías: argumentan que estas acciones fueron necesarias para derrotar al terrorismo. También se les critica la persecución y difamación que han llevado a cabo contra sus detractores (activistas y organismos defensores de derechos humanos, familiares de víctimas, contrincantes políticos, etc.). Asimismo, se reclama a la memoria salvadora cómo se siguen valiendo de las instituciones democráticas, que durante los años noventa corrompió y que actualmente han copado, para legitimar su poderosa interpretación del pasado. 

 

 

Memoria desde los derechos humanos 

 

  • También conocida como “memoria de la víctima” o “memoria víctimocentrista”, esta narrativa proviene del trabajo que realizó la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR). La publicación de su Informe Final (2003) constituye el relato más sistemático y amplio que se ha hecho hasta el momento sobre el periodo de violencia política. 

 

  • Es un relato que se centra en las demandas relacionadas con los derechos humanos, la inclusión y el ejercicio de la justicia. Por ello, esta memoria coloca a la víctima en el núcleo de sus reflexiones, denuncias, exigencias y recomendaciones. Es decir, se ocupa de quienes considera los principales afectados/as por los crímenes y violaciones a los derechos humanos cometidos tanto por las organizaciones subversivas como por los agentes del Estado, reclamando para ellas y ellos una reparación moral y material. 

 

  • Esta narrativa es enunciada desde organizaciones civiles, algunos gremios profesionales, sectores progresistas del espectro político y académico, la iglesia, diversos intelectuales y las organizaciones de víctimas: todos ellos aceptan y defienden esta memoria cuyo objetivo final es la obtención de justicia y la reconciliación de la sociedad. 

 

  • Ha tenido un poderoso legado. No solo debido al rol antagónico que asume respecto de la memoria salvadora y a la influencia ejercida sobre la memoria crítica, sino también debido a que ha orientado una vasta producción académica, artística y cultural. 

 

  • Se le ha criticado la potencial sublimación, espectaculización y/o esencialización que promovería hacia los sujetos que identifica como víctimas. Es decir, el rol sufriente y vulnerable que propone despolitizaría a las víctimas, no permitiendo pensarlas como sujetos complejos, activos y generadores de políticas emancipatorias. Además, el perfil que propone para identificar a la víctima (ajena a los bandos armados, específicamente, ajena al bando subversivo) excluye a quienes no se ubican bajo la condición propuesta: aquellos que colaboraron inicialmente con los grupos subversivos, pero luego se retiraron, o incluso los miembros de SL y el MRTA que padecieron torturas y violaciones de derechos humanos durante su detención. 
     
  • Sin embargo, a pesar estas críticas, la memoria desde los derechos humanos ha generado actos concretos de justicia y reparación social. El conjunto de organizaciones agrupadas en torno a la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos ha tenido un rol clave en este proceso. El Lugar de la Memoria, el Registro Único de Víctimas, el Programa de Reparaciones Simbólicas, la judialización de muchos casos emblemáticos en el ámbito nacional e internacional, la Ley de búsqueda de los desaparecidos, la consolidación de organismos ciudadanos de víctimas y familiares de víctimas, los más de 120 sitios de memoria en el país, los diversos colectivos que se mantienen activos en torno a la implementación de las recomendaciones de la CVR y de otros crímenes de ese periodo (como las esterilizaciones forzadas) son algunos de los logros que se ha conseguido desde esta narrativa. Incluso la fuerte oposición manifestada contra el indulto y la excarcelación a Alberto Fujimori, y las tres derrotas electorales de Keiko Fujimori tienen su origen en parte de esta narrativa.    

 

 

Memoria senderista: 

 

  • Es un relato mucho menos uniforme que las memorias salvadora o víctimocentrista. Antes que una única narrativa, sólida y compacta, se trata de un conjunto de interpretaciones sobre las acciones de Sendero Luminoso: ‘las’ memorias senderistas. 

 

  • No obstante esta dispersión, tienen algo en común: su marginalidad. A diferencia de las memorias salvadora o víctimocentrista, las memorias senderistas (desde la posición “acuerdista” hasta la denominada “proseguir”) cuentan con escasos recursos y espacios para enunciar su versión del pasado. Sus miembros se acoplan al bando que perdió la guerra y, en consecuencia, su relato es negado, silenciado, perseguido. 

 

  • Una de las organizaciones más conocidas que se ubica en esta narrativa es el Movimiento por la Amnistía y los Derechos Fundamentales (Movadef), el cual es considerado el “brazo legal” de Sendero Luminoso. Sus integrantes se alinearon al llamado Acuerdo de Paz, firmado por su líder Abimael Guzmán, y bajo la consigna de ‘dar solución política a los problemas derivados de la guerra’ (que, entre otras cosas, incluye la amnistía general para sus cuadros dirigentes encarcelados) demandan su participación en la vida política nacional. 

 

  • No solo se ha criticado al Movadef la defensa directa de las ideas propuestas por Abimael Guzmán, la interpretación heroica que hacen de la participación de Sendero Luminoso en el conflicto armado interno o el que nunca hayan pedido disculpas públicas por los crímenes cometidos. También se les increpa el discurso ambivalente, contradictorio, que mantienen sobre su pedido de “reconciliación nacional”. Es decir, si bien los miembros de esta agrupación solicitan que las responsabilidades personales de todos los actores del conflicto deben ser olvidadas en un proceso de amnistía general, relativizan los crímenes cometidos por su bando o, específicamente, niegan la importancia de judicializar los crímenes generados y reparar a las víctimas del conflicto. En resumen, no hay una asunción directa de responsabilidad sobre las acciones cometidas.  

 

 

Memoria crítica: 

 

  • En la última década ha surgido un conjunto de voces que narran el periodo de violencia política desde una posición original respecto de las narrativas ya conocidas.  
    A pesar de todavía encontrarse en consolidación y poseer aún escasa legitimidad mediática o difusión masiva, estas voces han colocado en la discusión pública temas inéditos, permitiendo la reflexión y visibilidad de complejidades que permanecían inobservadas, silenciadas, sin discutir. Las denominaremos “memoria crítica”. 

 

  • El relato de esta narrativa ha sido centralizado principalmente –aunque no de modo exclusivo– por José Carlos Agüero (hijo de militantes senderistas asesinados extrajudicialmente) y Lurgio Gavilán (que integró SL durante su niñez, luego fue parte del ejército peruano durante su adolescencia y después un seminarista franciscano en su juventud). Ambos autores han escrito un conjunto de libros que transitan entre el ensayo, la autobiografía y el testimonio que articulan reflexiones sobre la culpa y el perdón, el sentido de la guerra, los estigmas que llevan consigo o la manera personal en que (sobre)vivieron la violencia: una posición inédita en los debates y relatos sobre el conflicto armado.  

 

  • Si bien Agüero y Gavilán han alcanzado notoriedad académica y mediática debido al éxito editorial de su producción, no son los únicos que se insertan en esta narrativa. Existen grupos políticos, asociaciones de víctimas, artistas plásticos o productos audiovisuales que también están impulsando nuevos sentidos sobre el pasado inmediato. Destacan, por ejemplo, la organización Hijxs de Perú (que lo integran familiares y descendientes de miembros emerretistas), la obra del cineasta Palito Ortega (que explora acerca de la condición de víctima y su complejidad) o la obra de artistas plásticos como Isaac Ernesto (que reflexiona sobre el estigma y la exclusión que implica ser hijo de militantes subversivos).  

 

  • Esta memoria está influenciada directamente por la memoria de la víctima, pero se propone avanzar hacia lugares que esta no se ha permitido: preguntas incómodas sobre el reconocimiento de las ideas que defendieron los subversivos o sobre las violaciones y abusos que les cometieron; reflexiones acerca del rol complejo que implica ser una víctima no pura, una víctima y a la vez un victimario, alguien que escapa del rol aséptico y/o neutral que se le solicita; o también nuevos aportes sobre el papel de los soldados de base, las tropas, que no precisamente se han adscrito al discurso de los oficiales y las autoridades políticas, y que se sienten no reconocidos por estos. Es una narrativa, aún en construcción, que permite pensar críticamente el fuerte sentido común que prevalece sobre el conflicto.